SACIEDAD 

En su lecho de muerte, mi abuelo, un poco aturdido, comenzó a contarme una historia que había vivido en su juventud y que, según él, había marcado el resto de su vida. Esta tuvo lugar mientras servía en el palacio de un joven príncipe que gobernaba una pequeña nación al sur de Europa.

En aquel entonces yo tenía 25 años, comenzó, toda mi infancia y juventud la pasé trabajando con mi padre en la herrería del pueblo, mientras mi madre en casa se dedicaba a cuidar la huerta y a sus deberes matutinos.

Si bien, nunca pasamos hambre, siempre carecimos de los privilegios a los que solo la nobleza podía acceder.  De niño soñaba con poder educarme, asistir a bailes y vivir en un palacio rodeado de hermosas doncellas. Estaba seguro de que allí se hallaba la felicidad.

Cuando tenía diecisiete años mi padre murió de tuberculosis. Para mi madre y para mí todo se tornó un poco más complejo. Por suerte había aprendido el oficio de la herrería y conseguí continuar trabajando en el viejo taller de mi padre. No obstante, el oficio en aquel pueblo decaía paulatinamente y cada vez había menos monedas para alimentar a mi madre.

Una fría mañana de agosto, cuando trataba de calentar mis manos en una pequeña chimenea que había en el taller. Tocaron con fuerza la aldaba de la puerta, al abrir, observé un imponente carruaje del cual descendió un hombre alto, de tez blanca, de ojos grandes y tristes y una mirada altiva en la que se reconocía un poco de desolación. Vestía un largo y grueso abrigo de piel y una imponente espada enfundada en su cintura, la cual tenía en la empuñadura el escudo de la casa real.

Sin salir de mi embelesamiento, comprendí que me hallaba ante el príncipe.  Con torpeza balbuceé un -buen día su majestad- ¿en qué le puedo servir?. – buen día, herrero -, requiero de sus servicios en el palacio, preséntese con la mayor brevedad- asentí con entusiasmo y me despedí con una inclinación de cabeza.

A la mañana siguiente me presenté, nunca en mi vida había estado allí, los jardines poblados de diversos tipos de flora, la mansión exhalando una blancura deslumbrante, las gigantescas puertas de mármol con sus chapas bañadas en oro y finalmente un par de adorables concubinas que tomaban el sol en los extensos jardines me dejaron impresionado.

A mi encuentro salió un viejo capellán que me dirigió al interior del palacio. Se detuvo frente a un enorme ventanal tras el cual se podía observar un paisaje maravilloso, aquel anciano me indico que esperara en aquel lugar, el príncipe vendría en unos momentos.

Mientras continuaba admirando el horizonte apareció el príncipe- bellos paisajes señaló -en efecto su majestad- respondí- dígame en que puede ser útil este humilde herrero- pregunté. – Necesito construir una estructura en hierro en la que pueda poner los recuerdos de mis viajes por el mundo. Más tarde mandaré a alguien con todas las indicaciones, aquella habitación será destinada como su taller -dijo- señalando una puerta en medio de un largo pasillo.

Al despedirse puede notar los mismos visos de desolación en su mirada que reconocí cuando fue a buscarme al viejo taller.  Me pregunté por unos instantes como un hombre en su posición podría ser infeliz.

Al día siguiente ya había comenzado con mi labor al interior del palacio. Los equipos y el espacio que me proporcionaron eran mucho mejores que los de mi viejo taller, además, me habían asignado a un joven aprendiz para que me ayudara con las labores. Este era bastante habilidoso y servicial.

Era casi mediodía cuando note que dos hermosas doncellas desfilaban hacia los aposentos reales, una era una jovencita rubia, encantadora, de rasgos tiernos, ojos azules, cintura estrecha y amplias caderas, la otra era una joven morena, delgada, de ojos grandes y labios carnosos. Poseía una belleza exótica, poco usual en nuestra nación.

Después de presenciar tal exposición, se despertaron en mí aquellos instintos que solía satisfacer en el burdel del pueblo. A mis 25  años, siempre había estado alejado del amor, no le encontraba más sentido que satisfacer mis necesidades carnales. Sin embargo, estaba seguro de que teniendo aquellas espléndidas bellezas que había recién visto me podría enamorar fácilmente.

Continúe trabajando, habían pasado aproximadamente dos horas cuando vi pasar de nuevo a aquellas jóvenes hacia las afueras del palacio, fingí recoger algo afuera del taller para observarlas más de cerca. Ambas se veían diferentes, al entrar irradiaban pulcritud, ahora parecía que su belleza había sido consumida.

Regresé a mi trabajo, minutos después pude notar que se aglutinaba en el aire un delicioso olor a carne asada, al asomarme por la puerta del taller vi que hacia los aposentos reales desfilaba un grupo de cocineros llevando bandejas con cerdo, becerro, pavo, postres y jarras con vino.

El aroma encendió mi apetito, aquellos manjares estaban reservados para la nobleza, el clero y la emergente burguesía. El resto del pueblo tenía una dieta a base de pan, arroz y algunos frutos que crecían en primavera.

La imagen de las doncellas y ahora de los manjares martillaban con la precisión de un metrónomo en mi cabeza, llevando mi imaginación a divagar pausadamente en el terreno de la fantasía. Nunca antes había tenido aquellas realidades tan cerca y al mismo tiempo tan lejos.

El grito de una regordeta cocinera me trajo de vuelta a la realidad — eh! Carpintero, venid a comer- para mi sorpresa, a mi ayudante y a mí, nos tenían preparada una pequeña mesa con comida en la cocina del palacio.  Después de devorar con entusiasmo aquel modesto banquete, me dispuse a regresar a mis labores.

Mientras caminaba a mi taller me crucé con un hombre de baja estatura, delgado, elegantemente vestido y de anteojos, llevaba un bello reloj de bolsillo y un maletín. A su encuentro salió el mismo capellán que me había recibido en la mañana. -Pase por aquí, El príncipe lo está esperando-.

Horas más tarde el capellán entró al taller, a observar el proceso de la estructura, después de un rato de recorrer minuciosamente con su mirada nuestro trabajo se mostró satisfecho y se dispuso a salir. Antes de que lo hiciera le pregunté quién era aquel venerable sujeto con el cual me había cruzado hace unos instantes- es un especialista en asuntos psíquicos- respondió secamente y se marchó.

Aunque no estaba familiarizado con el término, sabía que era una disciplina emergente que se dedicaba al tratamiento de problemas mentales.

El sol comenzaba a ocultarse, mi ayudante y yo, acordamos a fines de acelerar el proceso, trabajar hasta entrada la noche. Algunas horas más tarde, cuando la oscuridad comenzaba a dificultar nuestra obra, decidimos descansar. De igual manera debía ir al pueblo a visitar a mi madre para informarle de mi nuevo trabajo, colgué mi overol y me dispuse a salir.

Mientras cruzaba los jardines, escuché un desconsolador llanto, me detuve un momento para ubicar la dirección de los sollozos. Detrás de un viejo roble, pude observar al príncipe tumbado de bruces, gimiendo tristemente.

Hasta el día de hoy, no hallo la razón por la cual decidí acercarme a un hombre tan importante sumido en aquella situación. Con un poco de mala suerte hubiera terminado despedido o incluso muerto. Sin embargo, me acerqué lentamente, al hallarme detrás, el príncipe se giró bruscamente hacia mí – ¿Qué hace aquí?- preguntó. -disculpe majestad, iba de salida y al escuchar tales sollozos quise averiguar su procedencia, ¿puedo ayudarlo en algo?-.

 Ante mi pregunta, el príncipe soltó una estrepitosa carcajada. Tras unos instantes contestó – ¿En qué podrías ayudarme tú, un simple herrero? Ni las más espléndidas delicias femeninas, ni los más apetecibles manjares, ni el más sabio consejero me ha podido ayudar. – ¿padece alguna enfermedad su majestad? Pregunte-.  -si, la peor de todas, la saciedad-. Respondió mirando perdidamente el horizonte.

-¿A qué se refiere?- pregunté- me refiero a que cada mañana al despertar busco un anhelo por el cual vivir y no logro hallarlo

No podía comprender aquella situación, después de permanecer unos minutos en silencio el príncipe se levantó, se quitó todas sus joyas y me los entregó diciendo – vete, véndelas y compra una vida como la mía, recorre el mundo, conquista tus deseos, disfruta de las más exquisitas bellezas y de los más ansiados manjares. Tarde que temprano me comprenderás.

Atónito y sin comprender todavía lo que sucedía, me dirigí a mi casa, al llegar mi madre estaba dormida. No quise despertarla, me acomode en un pequeño y roído diván y me quede dormido, a la mañana siguiente por todas partes se anunciaba la muerte del príncipe.

Solo hasta ese momento pude comprender la profundidad del sentimiento que lo agobiada.  Después de estar largo rato inmerso en divagaciones mentales sobre la conversación de la noche anterior con el príncipe, saque los anillos de mi abrigo y los arroje a la chimenea. 

Al finalizar su historia, mi abuelo, guardo silencio por unos minutos. Luego, mirándome fijamente a los ojos, me dijo- Estoy seguro de que aquel día me libere del peor de todos los males. Pues no existe sufrimiento más grande que una vida con desasosiego e insatisfacción eterna.